Oscar Wilde sería, principalmente, dramaturgo. Ya en sus inicios como escritor adoraba las bambalinas y admiraba a las grandes divas de la escena, como la francesa Sarah Bernhardt y la inglesa Ellen Terry. Una de sus primeras obras dramáticas, Vera (1880), apenas tuvo el éxito deseado. Su obra maestra, el drama simbólico y esteticista Salomé (1892), cuyo estreno fue prohibido en Londres por ser considerada escandalosa e indecente, la iba a interpretar la gran Sarah. Finalmente, se estrenaría en París en 1896, mientras Wilde cumplía su condena en la cárcel. Pero antes escribió un teatro más “frívolo”, o “de salón”, alta comedia donde dio rienda suelta a su humor e ingenio. Fueron escritas y estrenadas entre 1891 y 1895: El abanico de Lady Windermere, Una mujer sin importancia, Un marido ideal y La importancia de llamarse Ernesto. Wilde tomó un género poco intelectual para transformarlo con su talento, su ironía y su crítica contra la hipocresía de los valores burgueses dominantes.